Todos sufrimos de “realismo naïve”,
creemos que percibimos la realidad tal cual es, lo que nos convierte en observadores objetivos, conocedores
de la verdad. Nada más falso: no somos más que filtros de la realidad,
receptores llenos de prejuicios y creencias.
Pero igual seguimos pensando que
vemos las cosas como son y nos construimos narraciones de eso que está allá
afuera, explicando el universo, nuestra propia epopeya del mundo en el que
vivimos, ya sea que nos veamos a nosotros mismos como héroes o fracasados.
Yo inicié mi historia como un
fracasado: me miraba como un cuerpo débil sin belleza, ocupado por una mente
oscura incapaz de socializar. Me tomó
diez años transformar esa percepción, y varias personas me ayudaron a
cambiarla. Entonces escribí otra historia de mi mismo, que comenzaba con la
lectura de los diálogos socráticos, el momento de mi adolescencia en que me
visualicé como una especie de vengador ético de la verdad –sin tener una jodida
idea de que verdad era esa- y me convertí por muchos años en un aprendiz en busca
de maestro, hasta que lo encontré y mi historia épica de ser "el elegido" dio
inicio…
Diez y seis años después, me toca
volver a escribir mi historia, me toca darme cuenta que todos sufrimos de “realismo naïve”, que es muy romántico buscar
maestros perfectos que reciten el zen bebiendo el té, que amen la tierra y
prediquen el amor. Que debo aceptar que mi mago de Oz era otro sujeto calvo que
movía maquinarias y hacía trucos espectaculares, pero que no era más que un ser
humano lleno de temores y ambiciones, como todos, como yo.
Ayer se me cayó el paraíso de mi
epopeya, un lugar mágico, el santuario escondido donde mi antiguo maestro
velaba por el universo. Ya no existe… y me hace preguntarme si algún día
existió, si al final no era más que un cuento que me contaron, un cuento
que quise creer, porque en el fondo quería ser engañado, tener la fantasía
de que otro mundo es posible y que los maestros perfectos existen…
Nada más peligroso que nuestra
propia ingenuidad, bien podría haber sido el seguidor de un sujeto con ansias
de poder militar, de un líder político, religioso… o quien sabe que otro
tipo de monstruos podrían haberme seducido a comprometerme con ellos, y yo gustoso lo habría hecho...
Es triste saber que uno puede
creer ser llamado por la luz, cuando en realidad has estado viviendo en la
oscuridad.
Cierro este año con una de las
mayores decepciones de mi vida, pero agradezco que sea así, porque eso me
permite valorar a los seres humanos que caminan a mi lado, sin pretensiones,
sin llamarse maestros ni maestras, simplemente escribiendo historias ordinarias
llenas de generosidad y de luz.
Por ellos y por ellas creo en la
humanidad.
Ahora el único santuario que me
queda es este: mis pensamientos.
Alberto Sánchez Argüello
Managua 30 Diciembre 2014
Imagen: detalle del grito me Munch