sábado, 3 de mayo de 2014

TERREMOTOS


Me cuenta mi padre que aquella fatídica noche de sábado de diciembre de  1972, se encontraba durmiendo en casa de su hermano Germán, al lado de la casa de sus padres en el barrio San Sebastián. Dice  que pasada la medianoche se despertó sobresaltado con una voz interior que le dijo que tenía que salir de inmediato de la casa. Salió corriendo en calzoncillos y descalzo, hasta que su carrera fue detenida por la cerca externa, que estaba cerrada.

Desde ahí miró la caída del colegio Calazans como si fuera una baraja de naipes. Pensó que estaba soñando porque todo ocurría lento, incluso la caída de los pisos de la escuela. Tardó en darse cuenta que la casa había caído hasta quedar el techo a la altura de su espalda, dejando unos cuantos centímetros de distancia entre él y la muerte.

Caminó al encuentro de sus padres y le señalaron las huellas de sangre que iba dejando en el piso: eran las heridas de sus pies desnudos cortados por los trozos de vidrio de la calle. Él no sintió nada.

A varios kilómetros de ahí mi madre recibió el terremoto en el hospital psiquiátrico –entonces llamado Hospital de Enfermos Mentales- en las afueras de Managua. Ella nunca me contó nada de aquella noche, sólo sé que unos familiares se la llevaron al día siguiente a Chichigalpa, lejos de las réplicas y los cadáveres de la ciudad.

Viviendo con ellos siempre fue notable sus reacciones tan distintas ante los temblores que Managua nunca deja de proveer: mi padre pasivo, siempre diciendo que la casa de madera que él diseñó en las brisas es a prueba de sismos, mientras ella gritaba y corría desesperada, buscando salir a la calle.

Ahora me pregunto que habría sido de mi madre en estos días de alertas rojas y lunas de sangre. En un universo paralelo -en el que ella sobrevivió al cáncer del páncreas- estoy seguro de que habría entrado en una de sus crisis nerviosas.

¿Qué sentiría mi madre? tal vez recordaba el cielo rojo sobre el hospital y los pacientes alucinados aullando de desesperación cuando la tierra empezó a mecerse y las mallas cortaron su carrera desenfrenada hacia la nada.

Al final cuando la tierra se activa, también se activa la memoria.


Alberto Sánchez Argüello
Managua Nicaragua 3 Mayo 2014


Imagen: Foto El Nuevo Diario


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