Me
cuenta mi padre que aquella fatídica noche de sábado de diciembre de 1972, se encontraba durmiendo en casa de su
hermano Germán, al lado de la casa de sus padres en el barrio San Sebastián. Dice que pasada la medianoche se despertó
sobresaltado con una voz interior que le dijo que tenía que salir de inmediato
de la casa. Salió corriendo en calzoncillos y descalzo, hasta que su carrera
fue detenida por la cerca externa, que estaba cerrada.
Desde
ahí miró la caída del colegio Calazans como si fuera una baraja de naipes. Pensó
que estaba soñando porque todo ocurría lento, incluso la caída de los pisos de
la escuela. Tardó en darse cuenta que la casa había caído hasta quedar el techo
a la altura de su espalda, dejando unos cuantos centímetros de distancia entre
él y la muerte.
Caminó
al encuentro de sus padres y le señalaron las huellas de sangre que iba dejando
en el piso: eran las heridas de sus pies desnudos cortados por los trozos de
vidrio de la calle. Él no sintió nada.
A
varios kilómetros de ahí mi madre recibió el terremoto en el hospital
psiquiátrico –entonces llamado Hospital de Enfermos Mentales- en las afueras de
Managua. Ella nunca me contó nada de aquella noche, sólo sé que unos familiares
se la llevaron al día siguiente a Chichigalpa, lejos de las réplicas y los
cadáveres de la ciudad.
Viviendo
con ellos siempre fue notable sus reacciones tan distintas ante los temblores
que Managua nunca deja de proveer: mi padre pasivo, siempre diciendo que la
casa de madera que él diseñó en las brisas es a prueba de sismos, mientras ella
gritaba y corría desesperada, buscando salir a la calle.
Ahora
me pregunto que habría sido de mi madre en estos días de alertas rojas y lunas
de sangre. En un universo paralelo -en el que ella sobrevivió al cáncer del páncreas-
estoy seguro de que habría entrado en una de sus crisis nerviosas.
¿Qué
sentiría mi madre? tal vez recordaba el cielo rojo sobre el hospital y los
pacientes alucinados aullando de desesperación cuando la tierra empezó a mecerse
y las mallas cortaron su carrera desenfrenada hacia la nada.
Al
final cuando la tierra se activa, también se activa la memoria.
Alberto
Sánchez Argüello
Managua
Nicaragua 3 Mayo 2014
Imagen: Foto El Nuevo Diario
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