La
gente nos mira desde las paradas. Los buses y vehículos aguardan en silencio
hasta que se les colma la paciencia y empiezan a sonar sus pitos exigiendo pasar.
Cerca de nosotros está un grupo de policías, observando, esperando.
Y
mientras vamos y venimos en uno de los nervios principales del tráfico de esta
ciudad, mi hija grita junto conmigo “¡ni una más, ni una más, ni una asesinada más!”
Ella tiene cuatro años y yo me pregunto que estará pensando de este tumulto de gente
con pancartas y megáfonos que le piden a los y las managuas entender que el
femicidio no debe ser visto como algo normal, que cada mujer asesinada tenía
derecho a la vida, que la policía no debería prestarse al juego de reducir
cifras para lavar la cara del gobierno.
Ella
ríe, brinca en el asfalto y repite las consignas junto conmigo, yo quisiera
platicarle tantas cosas que están pasando, pero no toca aún. Veo a la gente, a
la niña vende agua que pide una candela en vaso para acompañarnos, a los
jóvenes estudiantes que pasan entre nosotros sin tener idea de que está
pasando. Y por supuesto a todos esos conductores que sólo están interesados en
llegar a sus destinos sin contratiempos.
¿Es
mucho pedir a la ciudad? Incomodar a la gente, sacarla de su rutina por unos
minutos para que sepan que alguien en este país no se siente seguro, que no
vamos a olvidar las muertes a cómo se estila en Nicaragua desde siempre…
Es
más fácil quedarse en la burbuja propia, a mí también me gana seguido la
cotidianidad y lo entiendo. Pero es necesario incomodarse, romper la idea de
que todo está bien mientras yo esté bien, gritarle a Estado que deje de mentir,
decirle a la gente que las mujeres no buscaron que las mataran, que no son 18
sino más de cuarenta y el número sigue escalando…
Entonces
mi hija me pide volver a casita, me toma
de la mano y nos saca del asfalto donde mujeres de todas las edades siguen
gritándole a la ciudad, rompiendo el silencio, diciendo “NI UNA MAS”
Alberto
Sánchez Argüello
Managua
10 Abril 2014
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