“(…)La historia del acoso
cambia de mujer en mujer, transita de la agresión verbal que ellos llaman enamorar a la agresión
física que muchos ni reconocen como tal (…) algunas
mujeres dicen que es radical querer encarcelar a los hombres por enamorarla a una en la calle”
Manifiesto corporal y
libertario
Contaba con ocho años, en
quinto grado de primaria, la primera vez que tuve una interacción cortés con
una mujer. Se llamaba Viviana, y era la niña más odiosa del aula, con una voz
ronca autoritaria mantenía a raya a todos y todas. Se sentaba delante de mí y
de repente se le cayó un lápiz, yo sin mucho pensar lo recogí del piso y se lo
pasé. Ella toda sonriente (primera vez) me dijo “que caballeroso” y yo, que
nunca había escuchado aquel término, experimenté un cierto gusto inexplicable.
Se volvió un hábito desde entonces
recoger pertenencias caídas, abrir puertas, mover sillas, ofrecer ayuda, en fin,
todo el repertorio de lo que “se supone” un hombre caballeroso debe hacer por
las mujeres. Todo eso lo llevé conmigo a la Universidad Centroamericana (UCA) a
la que trasladé mis estudios desde la Universidad Católica, allá por 1996.
Recuerdo que siendo el primer día de mi traslado a tercer año de Psicología se
le cayó un lapicero a una joven mientras yo pasaba al lado. Yo automáticamente
me agache y se lo pasé, otra que estaba sentada al lado de ella, Coralia
Guerra, líder de UNEN que sería luego mi mejor amiga en aquellos años, me dijo “No
papito, aquí te vamos a quitar eso” y en efecto, me lo “quitaron”
No recuerdo bien como
llegaron a mí unos cuadernillos que había elaborado el Programa Interdisciplinario
de Estudios de Género (PIEG) de la UCA por aquel entonces, la cosa es que
terminé leyendo toda una serie de reflexiones y análisis sobre el género, la
masculinidad y el patriarcado y fuí entendiendo que había toda una historia no
contada de la construcción cultural de los roles de género. Eso más el “descondicionamiento”
de mis amigas de la universidad me fueron mostrando que la caballerosidad,
entre otras conductas, no era más que los roles funcionando con conceptos de
desigualdad ocultos tras sus aparentemente inocentes presentaciones.
Ahora, leyendo el “manifiesto
corporal y libertario” (http://gabrielakame.blogspot.com/2012/07/manifiesto-corporal-y-libertario.html)
me volvió a la
memoria este recorrido que hice yo con el concepto de “caballerosidad” y en
pláticas con Miguel, mi amigo español, analizamos el término “enamorar” y nos
dimos cuenta que desde ahí, al igual que cuando yo creía que ser caballeroso
era una conducta adecuada, hay personas hombres y mujeres por igual, que
consideran que dar y recibir halagos verbales o insinuaciones toscas y vulgares
en la calle es normal y hasta deseable
De acuerdo a wikipedia el enamoramiento
es “un estado emocional surcado por
la alegría y la satisfacción de encontrar a otra
persona que es capaz de comprender y compartir tantas cosas como trae consigo
la vida” luego enamorar a alguien es desear compartir cosas con esa persona,
mostrarle el afecto que se tiene por ella. ¿Es eso lo que buscan los hombres
cuando le dicen cosas a mujeres (casi siempre desconocidas) en la calle?
El problema de los hábitos
anticulturales patriarcales comienza con el uso de eufemismos y palabras que no
corresponden a la realidad. Mucha gente ve normal que hayan hombres que “enamoren” a las mujeres en la calle, ¿verdad?
¿Pero qué tal si cambiáramos el término y le damos el nombre que realmente debería
tener? algo así: mucha gente ve normal que hayan hombres que acosen a las mujeres en la calle.
Llamar a las cosas por su
nombre permite desarmar el patrón y desnudarlo para poder analizar la conducta
y los hábitos asociados. Nadie “enamora” en la calle, los hombres que se
comportan así lo que hacen es acosar, importunar, agredir verbalmente, joder
pues.
Y me pregunto ¿qué puedo
hacer yo frente al acoso? Evidentemente no es suficiente dejar de ser “galante”
y “caballeroso” o leerse los cuadernillos del PIEG, hay algo más ahí afuera,
algo que se llama acción política y las mujeres no deberían ser las únicas en
hacerlo. A veces pareciera como si el tema del acoso es un asunto entre las
acosadas (virtualmente todas las mujeres) y los acosadores, pero ¿y yo? ¿Y el
resto de hombres que nos repugna el acoso, que estamos buscando construir
nuevas formas de masculinidad o de humanidad pues si queremos trascender de
esas etiquetas?
Yo he probado desde agredir
verbalmente a los acosadores, pasando por tirarles besos hasta miradas
matadoras, pero nunca me he sentido conforme y lo que me dicen también es que
si me pongo a agredir al acosador estoy desempoderando a la mujer y cayendo de
nuevo en el arquetipo patriarcal del caballero… entonces ¿qué hago?
Pues para comenzar escribir
esto, dejar abierta la reflexión, hablar con otros hombres sobre el tema, meter
este tema en espacios públicos y privados, convertir el denunciar el acoso en
un hábito colectivo y convertirlo en una conducta desaprobada socialmente.
Hagamos del acoso una
plática de hombres con hombres y de hombres con mujeres, ya es hora de que
llamemos y hablemos del acoso por su nombre.
Alberto
Sánchez Arguello
Managua
10 Junio 2012