Normalmente he vivido mi vida
pensando que la gente es buena mientras no se demuestre lo contrario y por ende
tiendo a tener expectativas positivas de los demás. Esto claro me ha traído
calificativos de tonto y confiado, pero es lo que opto por ser: un optimista
social.
Lógicamente mi experiencia de vida
en cuanto a traiciones, agresiones y ataques personales es escasa. He tenido
mis momentos amargos con ciertas personas, pero sigo creyendo que son la
excepción que confirma la regla; esto lo he vinculado siempre con la idea de
que se recibe lo que se da, que lo que hago a otros y otras tarde o temprano se
me devuelve; y arriesgándome a sonar a Cohelo, puedo decir que creo que la
bondad y la solidaridad humana existen y están presentes en todos lados, a
veces dormidas a la espera de un testimonio que las despierte.
Sin embargo, a veces hay eventos que
me apagan, como si la llamita que me ilumina se esfumara sin aviso y pues, algo
así me pasó el viernes pasado. Ese día,
fui como de costumbre con Luna y Kame al parque por la Alianza Francesa en
Managua. Me aparqué por el costado donde está la casa del café y procedimos a
jugar con ella mientras recibíamos la dosis de sauna correspondiente, cortesía
del clima de la ciudad.
Al terminar, el Land Rover 1972 de
mi abuelo estaba entre dos vehículos. Miré hacia atrás y no había nada, así que
confiado en que aquella era una vía de un solo sentido, me abrí ampliamente
hacia la derecha para luego bajar en dirección al edificio Pellas.
No más había sacado el morro del
Jeep y comenzaba a enfilarme vi un vehículo pequeño que se venía rápido frente
a mí. Frené en seco en media calle y el conductor contrario hizo lo mismo. Acto seguido empezó
a maniobrar hacia mí derecha buscando
como salir de ahí. Yo, estupefacto con todo eso, desplacé la ventanilla del
copiloto para decirle que iba contra la vía, que se iba a matar. Del otro
vehículo bajó también la ventanilla del copiloto y una señora blanca, de unos
55 o 60 años, empezó a insultarme diciéndome que “quitara esa mierda vieja” Yo,
molesto y sorprendido le volví a decir que iba contra la vía y ella
evidentemente ofuscada, buscó algo a un lado de su asiento y luego me mostró un
hacha pequeña gritando “con esto te
cortaría la cabeza” (¿pero qué gente es esta que anda un hacha en su carro?) Yo
me quedé mudo y lentamente enrrumbé el Jeep mientras ella, que ya había logrado
avanzar hacia atrás, se iba contra la vía.
A mí nunca me había amenazado nadie,
ni de manera real ni simbólica. Bueno, miento, un par de días atrás, avanzando
hacia la rotonda gueguense una camioneta doble cabina que venía acelerando a
millón, me pasó diciéndome que me quitara de en medio, yo le mandé a la mierda,
el me hizo la guatusa y yo se la hice doble y con la lengua de fuera, en el más
puro espíritu preescolar. En ese momento, ya puestos lado a lado frente a la
rotonda, el conductor se bajó de su carro, un hombre blanco, grande,
voluminoso, entre 35 y 40 años, se pegó a la puerta del copiloto y le pegó con
la mano abierta a la ventanilla invitándome a bajar. Yo, pensando que ya iba
tarde para casa y con una sensación surreal de todo aquello, no lo hice, le
dije que estaba parando el tráfico; Él me hizo la señal internacional de “tenés
culillo” y volvió a montarse a su vehículo para irse.
El evento con esta especie de
“guerrero del camino” sólo me dejó un mal sabor como el que deja un chiste de
mal gusto de los que dan pena ajena; pero el encuentro con la reina de
corazones rojos me puso mal. La típica pregunta de “¿qué estoy haciendo para
que me ocurran estas cosas?” afloró en el fondo de mi mente, a la vez que me
cuestioné sobre ¿qué tan seguros estamos realmente? ¿Hasta donde se está
convirtiendo Managua en una de esas orbes donde campea la locura? o ¿todo se puede
atribuir a este cambio climático que nos está reventando el termómetro en medio
de un parque vehicular que se desborda año con
año?…
Esto del hacha me generó al mismo tiempo
tristeza y una sensación de indefensión. Mientras experimentaba esa mezcla de
sentimientos amargos, me acordé que no había escrito aún ningún post sobre
seguridad ciudadana para el festival de blogs de Nicaragua y que esto era, para
mí, una dimensión del tema que no había pensado: ¿Hasta dónde estamos realmente
seguros? ¿Qué tanto los demás son una amenaza a nuestra seguridad? ¿Qué debemos
hacer para protegernos en la ciudad? ¿Hasta dónde debemos preocuparnos sin
perder la tranquilidad en nuestras vidas?
En fin, no tengo respuestas, pero si
me queda claro que debo ser más cuidadoso, que mi percepción de riesgo está por
los aguacates, que hay que evitar provocar a la gente y que más vale esperar
carros contrarios a la vía, uno nunca sabe cuándo se puede encontrar una reina
de corazones dispuesta a cortarle la cabeza a uno.
Alberto Sánchez Arguello
Managua, Nicaragua 4 Julio 2012
Imagen dibujo de Tenniel Alicia en
el País de las Maravillas
Hola, es 1ra vez que visito panóptico. Buen post. Qué momentos incomodos nos toca vivir. Y que difícil a veces controlar la situación. Hay gente que anda armada y con permiso polical, uy! Cuidate por fa./ La ilustración me causo mucha gracia. Saludos.
ResponderEliminarMe cuido, me cuido, y es cierto que es importante tener una equlibrada percepción del riesgo. Saludos.
EliminarComo bien dijo FBautista esto, no es mas que reflejo de la inseguridad de dichas personas. La señora se cree segura porque lelva un hacha y el gordo se siente seguro porque se presenta como una persona violenta, me pregunto ¿que harían si la otra parte le muestra o saca un arma de fuego? ojala no nos mexicanicemos.
ResponderEliminarAcertado análisis, enfrentar el miedo con violencia es efectivamente una estrategia muy humana, lamentablemente puede tener catastróficas consecuencias... creo incluso, por mis dos experiencias, que la clase media y alta pueden estar muy propensas a actuar así por la tensión social que pueden o creen percibir, ojo con eso.
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