miércoles, 6 de noviembre de 2013

MI PADRE



Los gigantes habitan nuestros cuentos, son horror y fantasía que destruyen pueblos con sus pies o bien ayudan a los héroes a enfrentar dragones escupe fuego y travesías imposibles. Yo también tuve mi gigante, un hombre que me alzaba contra la pared mientras cantaba el sapo y la rana se fueron a casar, un ser moreno que contrastaba con el blanco pálido de mi piel, un ser que soportaba mis patadas en el comedor y me mandaba lavar las manos antes de comer.

Luego fui conociendo al gigante, descubriendo sus libros en los estantes que ocupaban toda la casa, viéndolo dibujar planos durante la noche, cocinando pollo asado los domingos, escuchando sus ideas sobre ovnis y visitas extraterrestres descritas por Erick Von Daniken.

Luego el gigante se fue haciendo pequeño. Se achicaba cuando le gritaba a mi madre; perdía fuerza las veces en que me tocaba ayudar a arrastrarlo a su cuarto cuando había tomado de más. Hasta que ya no fue mas un gigante, se convirtió en una sombra que leía y miraba televisión, una sombra que me había dado como madre a un monstruo mutable, y le odié por eso.

Y era mi madre lo único que existía entre nosotros. Las palabras pasaban a través de ella como una bisagra. Ella era nuestra mediadora y nuestro muro de contención.

Hasta que un día ella murió.

Y poco a poco, lo pude ver otra vez, sin la oscuridad de mis rencores, sin la rabia de la vida que no escogí, sin el sentimiento de traición de haber percibido que me había dado la tarea de cuidar a mi madre, como si yo fuera su pareja.

Ya no fue una sombra.

Y lo abracé.

Volvió a ser mi gigante y yo me convertí en el suyo.

Alberto Sánchez Argüello

Managua Noviembre 2013

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