miércoles, 16 de octubre de 2013

LA MUERTE Y YO



La muerte y yo nunca hemos sido muy cercanos. Nos encontramos ocasionalmente en funerales que no me causaron mayor emoción; ella siempre ocupada con los cadáveres ataviados con sus mejores ropas, yo cumpliendo con alguna exigencia social heredada de mi familia. Se podría decir que nuestra relación ha sido de mero compromiso.

Ni siquiera la muerte de algún gato muy querido, a picotazos de un gallo, me pudo acercar a ella. Imagino que alguna responsabilidad tuvo mi madre en todo esto; no sólo porque la culpe de mis extravagancias emocionales, sino porque trató de mantenerme en una burbuja, o bien no hizo mayor cosa por romper la que yo cultivaba desde mis libros.

Por eso cuando entré al cuarto de mis padres, dónde ella estaba en coma, respirando como si una máquina vieja habitara sus pulmones, no tuve espacio para la sorpresa ni la pesadumbre. Me decía a mi mismo que esa muerte era anunciada, esperada incluso, no por mí claro, sino por el niño que fui que la mató en tantas ocasiones, que seguramente algún cementerio imaginario crece por ahí, en uno de los predios baldíos de Managua.

Mi madre estaba ahí, dándome la oportunidad de besar sus mejillas macilentas, o al menos sostener su mano mientras la sangre aún buscaba frenética hacer sus últimas giras desde el corazón hasta los pies, pasando por esa mente que consumía sueños y pesadillas como último adiós a la realidad.  No besé sus mejillas ni sostuve su mano, no acostumbro a despedirme de los muertos. Opté por la salida fácil: me oculté en el baño del cuarto.

A salvo en el cuartito de lavado que mi padre adornó con azulejos quebrados con aire a Gaudí, me miré en los múltiples espejos y un yo anciano me miró con tristeza. Él si sentía la muerte de mi madre, él si quería gritar y decir que la amaba y que la odiaba, pero yo no lo dejé hablar, no lo dejé gritar, sólo me quedé ahí en silencio, dejando que mi padre creyera que me estaba despidiendo a solas con mi madre, que estaba finalmente acercándome a la muerte.

Alberto Sánchez Argüello
Octubre 2013


Imagen. Laurie Lipton

No hay comentarios:

Publicar un comentario