Hoy fue uno de esos días en los que me preguntan si soy hijo único y me toca
morderme el labio, antes de mentir diciendo que si. Como siempre, me quedan
viendo con una expresión lastimera y mencionan que eso de ser único es muy
solitario, que los hijos únicos somos gente extraña, distinta.
Cuando me dicen esas cosas me recuerdo construyendo torres
con los tacos de madera que mi papá traía de las obras que supervisaba;
dibujando durante horas en la mesa del comedor; armando casas con los colchones
de los sofás; montando camas con ramas cortadas de la acacias de la terraza,
para acostarme y ver las nubes pasar en un cielo azulísimo.
A veces deseaba tener un hermano. Pensaba que mi vida sería
distinta con un hermano mayor con quien poder conversar; que me acompañara
cuando mis padres peleaban; que me defendiese en el colegio. Envidiaba a
mis compañeros que tenían esos dobles genéticos con quienes jugar y discutir.
Una noche, mientras intentaba alejarme de una tempestuosa
salida familiar, me dijeron que tenía un hermano. Ahora no recuerdo quien me lo
dijo, si fue mi madre o mi tía que vive en Venezuela que estaba de visita, el
impacto debe haber sido demasiado fuerte, la memoria es algo frágil.
Durante los años siguientes fui rescatando, pieza por pieza,
esa otra historia que no me habían contando: la de mi madre violada por un ex
novio estando comprometida con mi padre; la de mi abuela paterna prohibiendo el
matrimonio de mi padre si él aceptaba el embarazo que había resultado de la
violación; la de mi madre regalando a su primer hijo a una pareja que luego se
fue a México, para nunca mas saber de él.
Entendí entonces porque recordaba a mi madre con una enorme
cicatriz en su vientre; entendí que era el resultado de dos cesáreas con apenas
un año de distancia; entendí que mi hermano había ocupado el vientre de mi
madre antes que yo; que ella había hecho creer a mi padre que estaba tomando
píldoras anticonceptivas; entendí que ella había decidido tener otro hijo a lo
inmediato, contraviniendo el mandato médico; y sobre todo entendí que yo había
nacido para reponer a mi hermano.
Sin embargo entender nunca mitigó el dolor de ver a mi madre
sufrir durante sus crisis por el destino incógnito de mi hermano, menos aún
escucharla decir en alguna ocasión, que habría preferido quedarse con él en vez
de conmigo.
Por eso miento cuando me preguntan si soy hijo único, es la
respuesta más fácil, la más conveniente. Pero él existe, allá afuera, en el
mundo real. Talvez tiene el mismo color café de mi pelo, la forma de mis ojos,
la contextura delgada; talvez ya nos hemos cruzado; talvez ustedes lo han
hecho; y talvez él todavía cree que es hijo único.
Alberto Sánchez Argüello
Managua Octubre 2013
Imagen: Internet