martes, 10 de noviembre de 2015

JAMES BOND Y YO




La casa de mis padres, una especie de cabaña de madera de pochote que mi padre diseñó, está preñada de libros desde que la recuerdo. Eso explica que me aficionara a ellos aún antes de saber leer, jugando a ordenarlos y organizarlos en una biblioteca imaginaria fragmentada y polvosa.

Fue así como llegué a dar con los libros de Ian Fleming. Uno a uno fueron apareciendo en aquel caos de polvo añejo. Casino Royale, From Russia with love, Live and let die, Goldfinger, The man with the golden gun, Moonraker, Thunderball. Pasarían años para que los llegara a leer, motivado –lo confieso- por las portadas vintage de mujeres de largos cabellos.

Me atraparon totalmente. En cosa de meses me leí todos los que estaban en español, y luego con lentitud casi todos los que estaban en inglés. Mi yo adolecente disfrutó a Bond como si fuese una especie de Sherlok Holmes en anfetaminas: misterios por resolver, lugares exóticos, villanos carismáticos y acciones de superhombre.

En sincronía con las lecturas, me aficioné a las películas, comenzando con las clásicas de Sean Connery, para pasar luego a Roger Moore, Pierce Brosnan y ahora Daniel Craig.

¿Daniel Craig? Si, aún le sigo la pista a las películas de Bond. Por eso me lancé Spectre, sentado entre una multitud en una de las salas de Cinemark. Me lancé la misma historia increíble del espía británico que se niega a sangrar a pesar de las terribles golpizas que le propina un heredero de Oddjob; me lancé las ya esperadas secuencias de persecución a alta velocidad por tierra, aire y agua; me lancé al villano que en vez de matar a Bond en la primera oportunidad, da inmensos rodeos; me lancé los embates sexuales de un Bond que hace palidecer los comerciales más salvajes de Axe; y por supuesto me lancé el clásico rescate de la mujer en peligro y la redención final del espía.

Al final James es una más de esas mil caras del héroe de Joseph Campbell, el arquetipo heroico que se debe enfrentar a monstruos y retos extremos para salvar a la princesa / salvar al reino / redimirse / siguiendo un camino tortuoso en el que casi muere y logra su cometido. Pero a diferencia de tantos otros héroes, James no cambia, logra sus misiones pero nada cambia en su interior, no crece, no madura.

¿Entonces por qué diablos me sigue gustando James Bond?

Puedo imaginar que está conectado con un tiempo de mi vida muy estresante, en el que me permitió fugarme a un mundo de ficción en el que un hombre sin mayores emociones lograba superarlo todo y salir victorioso, un mundo mucho más entretenido que la secundaria del nicaragüense francés…

Y eso de que James no cambie, es también un tema de la película Spectre, donde al final se defiende el programa de los 00 por encima de la lógica de los burócratas con sus drones y sistemas de vigilancia “una licencia para matar es también una licencia para no matar” En el fondo nos venden una nostalgia por los tiempos de la guerra fría, cuando matar cuerpo a cuerpo era más honorable –dicen ellos-…

Pero la gente de la sala también se da cuenta –en algún nivel- de que James no cambia y ríen cuando miran a Bond acosar a Monica Belluci, en un acto que tiene todo el tinte de una violación o relación forzada –un señor a mi lado me volteó a ver durante la escena, con una expresión tipo “sólo él sabe que eso puede pasar”-

Spectre se mantiene vigente con el tema del terrorismo internacional e incluso nos muestra la posibilidad de que el mundo de los villanos y el de los funcionarios de nuestras burocracias mundiales, bailen juntos por el control mundial. Pero claro, ¿qué pueden hacer todos ellos contra un solo hombre, capaz de matarlos a todos con una beretta y unas cuantas balas?

Si, James Bond no cambia, aunque los actores si, y en otra confesión diré que me gustan Craig y Ben Whishaw, si lo sé, así de variados son mis gustos…

El adolescente que aún sobrevive debajo de esta piel de treinta y nueve años, sigue disfrutando a los hijos de Fleming, aunque esta mente adulta cada vez encuentra más desgastado al héroe y más agujeros en las narrativas.

Alberto Sánchez Argüello

Managua 10 noviembre 2015

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