miércoles, 4 de julio de 2012

Encuentro con la reina de corazones rojos



Normalmente he vivido mi vida pensando que la gente es buena mientras no se demuestre lo contrario y por ende tiendo a tener expectativas positivas de los demás. Esto claro me ha traído calificativos de tonto y confiado, pero es lo que opto por ser: un optimista social.

Lógicamente mi experiencia de vida en cuanto a traiciones, agresiones y ataques personales es escasa. He tenido mis momentos amargos con ciertas personas, pero sigo creyendo que son la excepción que confirma la regla; esto lo he vinculado siempre con la idea de que se recibe lo que se da, que lo que hago a otros y otras tarde o temprano se me devuelve; y arriesgándome a sonar a Cohelo, puedo decir que creo que la bondad y la solidaridad humana existen y están presentes en todos lados, a veces dormidas a la espera de un testimonio que las despierte.

Sin embargo, a veces hay eventos que me apagan, como si la llamita que me ilumina se esfumara sin aviso y pues, algo así  me pasó el viernes pasado. Ese día, fui como de costumbre con Luna y Kame al parque por la Alianza Francesa en Managua. Me aparqué por el costado donde está la casa del café y procedimos a jugar con ella mientras recibíamos la dosis de sauna correspondiente, cortesía del clima de la ciudad.

Al terminar, el Land Rover 1972 de mi abuelo estaba entre dos vehículos. Miré hacia atrás y no había nada, así que confiado en que aquella era una vía de un solo sentido, me abrí ampliamente hacia la derecha para luego bajar en dirección al edificio Pellas.

No más había sacado el morro del Jeep y comenzaba a enfilarme vi un vehículo pequeño que se venía rápido frente a mí. Frené en seco en media calle y el conductor  contrario hizo lo mismo. Acto seguido empezó a maniobrar hacia  mí derecha buscando como salir de ahí. Yo, estupefacto con todo eso, desplacé la ventanilla del copiloto para decirle que iba contra la vía, que se iba a matar. Del otro vehículo bajó también la ventanilla del copiloto y una señora blanca, de unos 55 o 60 años, empezó a insultarme diciéndome que “quitara esa mierda vieja” Yo, molesto y sorprendido le volví a decir que iba contra la vía y ella evidentemente ofuscada, buscó algo a un lado de su asiento y luego me mostró un hacha pequeña gritando  “con esto te cortaría la cabeza” (¿pero qué gente es esta que anda un hacha en su carro?) Yo me quedé mudo y lentamente enrrumbé el Jeep mientras ella, que ya había logrado avanzar hacia atrás, se iba contra la vía.

A mí nunca me había amenazado nadie, ni de manera real ni simbólica. Bueno, miento, un par de días atrás, avanzando hacia la rotonda gueguense una camioneta doble cabina que venía acelerando a millón, me pasó diciéndome que me quitara de en medio, yo le mandé a la mierda, el me hizo la guatusa y yo se la hice doble y con la lengua de fuera, en el más puro espíritu preescolar. En ese momento, ya puestos lado a lado frente a la rotonda, el conductor se bajó de su carro, un hombre blanco, grande, voluminoso, entre 35 y 40 años, se pegó a la puerta del copiloto y le pegó con la mano abierta a la ventanilla invitándome a bajar. Yo, pensando que ya iba tarde para casa y con una sensación surreal de todo aquello, no lo hice, le dije que estaba parando el tráfico; Él me hizo la señal internacional de “tenés culillo” y volvió a montarse a su vehículo para irse.

El evento con esta especie de “guerrero del camino” sólo me dejó un mal sabor como el que deja un chiste de mal gusto de los que dan pena ajena; pero el encuentro con la reina de corazones rojos me puso mal. La típica pregunta de “¿qué estoy haciendo para que me ocurran estas cosas?” afloró en el fondo de mi mente, a la vez que me cuestioné sobre ¿qué tan seguros estamos realmente? ¿Hasta donde se está convirtiendo Managua en una de esas orbes donde campea la locura? o ¿todo se puede atribuir a este cambio climático que nos está reventando el termómetro en medio de un parque vehicular que se desborda año con  año?…

Esto del hacha me generó al mismo tiempo tristeza y una sensación de indefensión. Mientras experimentaba esa mezcla de sentimientos amargos, me acordé que no había escrito aún ningún post sobre seguridad ciudadana para el festival de blogs de Nicaragua y que esto era, para mí, una dimensión del tema que no había pensado: ¿Hasta dónde estamos realmente seguros? ¿Qué tanto los demás son una amenaza a nuestra seguridad? ¿Qué debemos hacer para protegernos en la ciudad? ¿Hasta dónde debemos preocuparnos sin perder la tranquilidad en nuestras vidas?

En fin, no tengo respuestas, pero si me queda claro que debo ser más cuidadoso, que mi percepción de riesgo está por los aguacates, que hay que evitar provocar a la gente y que más vale esperar carros contrarios a la vía, uno nunca sabe cuándo se puede encontrar una reina de corazones dispuesta a cortarle la cabeza a uno.

Alberto Sánchez Arguello
Managua, Nicaragua 4 Julio 2012

Imagen dibujo de Tenniel Alicia en el País de las Maravillas

4 comentarios:

  1. Hola, es 1ra vez que visito panóptico. Buen post. Qué momentos incomodos nos toca vivir. Y que difícil a veces controlar la situación. Hay gente que anda armada y con permiso polical, uy! Cuidate por fa./ La ilustración me causo mucha gracia. Saludos.

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    1. Me cuido, me cuido, y es cierto que es importante tener una equlibrada percepción del riesgo. Saludos.

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  2. Como bien dijo FBautista esto, no es mas que reflejo de la inseguridad de dichas personas. La señora se cree segura porque lelva un hacha y el gordo se siente seguro porque se presenta como una persona violenta, me pregunto ¿que harían si la otra parte le muestra o saca un arma de fuego? ojala no nos mexicanicemos.

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    1. Acertado análisis, enfrentar el miedo con violencia es efectivamente una estrategia muy humana, lamentablemente puede tener catastróficas consecuencias... creo incluso, por mis dos experiencias, que la clase media y alta pueden estar muy propensas a actuar así por la tensión social que pueden o creen percibir, ojo con eso.

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