Alcanzar los cuarenta en el
año que promete un “niño” que afectará el clima mundial como nunca, elecciones
nacionales y una crisis global de migrantes a una escala que recuerda la película
Children of men.
Son cuatro décadas, catorce
mil seiscientas puestas de sol, treinta y nueve millones cuatrocientos veinte
mil latidos del corazón… Tanto esfuerzo
y energía para que este cuerpo se siga despertando y gastando el oxígeno que
todavía nos llega gratis desde una atmósfera más que maltratada.
Normalmente no sabemos a qué
venimos a este mundo. No es mi caso. Mi madre sabía perfectamente lo que estaba
haciendo cuando hizo caso omiso al doctor que le recomendó esperar para tener
otro hijo, al menos un par de años. La
señora se puso manos a la obra y en menos de un año me tenía entre sus brazos, a
mí, el sustituto de un hermano mayor que nunca conocí.
Desde entonces mi madre
siempre me celebró cada pequeña victoria, cada mínimo logro, mientras mi padre
hacía lo posible por mantener mi ego a raya. A mí me tocaría descubrir la vida
de un hijo único de la clase media, en medio de una revolución de la que me
llegaban ecos lejanos en forma de muñequitos del pueblo y un himno que prometía
un futuro de leche y miel.
Si veo para atrás me pienso
como un testigo silencioso de una época de cambios: una revolución, la guerra
fría, la caída del muro de Berlín, las elecciones del noventa, las políticas de
compactación, el gobernar desde abajo, las huelgas de transporte, mil y un
fraudes electorales, la caída de las torres gemelas.
En lo personal he transitado
del romanticismo idealista, al cinismo, del catolicismo conservador al ateísmo más
llano, de psicólogo a una especie de consultor multi tarea. Me he reinventado
un par de veces, tratando de sanar heridas e impulsarme a ser mejor persona,
con un éxito más bien modesto.
Alcanzo los cuarenta con la
terquedad de seguir siendo ese niño de clase media que pasaba todo el día
creando desde el dibujo y la escritura para exorcizar el aburrimiento y la
soledad. Alcanzo los cuarenta con un hijo de
catorce y una hija de cinco que diariamente me dejan claro que es muy poco lo que
sé. Alcanzo los cuarenta con el mejor padre y el mejor amigo de la infancia que
uno podría desear.
Alcanzo los cuarenta sin metas
mesiánicas, sin ideales glamurosos, sin grandes conocimientos. Sólo la
necesidad de seguir creando, seguir aprendiendo y no cagarla, o al menos
cagarlo menos.
A seguir caminando.
Alberto Sánchez Argüello
Managua 14 de enero 2016