“King
Jeremy the wicked
Oh, ruled his world”
Oh, ruled his world”
En secundaria la vida era un alquitrán que me llegaba hasta la cintura. Cada día una lucha
para dejar atrás una rutina absurda que se repetía hacia el futuro como un pasillo
de espejos deformes. Mi cordura reposaba en imaginar las múltiples formas de
suprimirme de la ecuación, sopesando el dolor y la dificultad, pero siempre
hallando tranquilidad en aquel pensamiento que me hacía recuperar –en mi
imaginación- el control sobre el infierno de vivir con mis padres y el odiado
circuito de mis compañeros de escuela.
Muchas veces me imaginé llegando con un AK-47 al aula de clases.
Menos mal que nunca tuve una a mano, ni siquiera sabía cómo usarla. Me consolaba
con producir pequeñas secuencias de horror, sólo para mí, al final de días
particularmente malos.
Tal vez mis pensamientos tenían origen genético, nada extraño
tomando en cuenta tanta muerte familiar, desde el tío abuelo leones que se
durmió en los rieles del tren hasta el desgarrador disparo de mi tío Benjamín
que empapó toda mi vida con su sangre. Y mi madre, con sus inútiles intentos de
no volver a despertar a base de paquetes de pastillas –mi padre tumbando la
puerta del cuarto principal, mi madre pesada, cuerpo desencajado, como muñeca
de trapo-
En ocasiones, de tanto imaginar un mundo sin mí, era como si ya no
existiese: me exiliaba de la vida y todo seguía igual: la realidad
era el mar y yo una huella impresa en arena. Me llenaba de un silencio de mil años,
alojados a lo largo de mi cuerpo flaco, sin consuelos, sin fantasías, sólo la
nada.
Hasta que todo volvía a empezar…
Con el tiempo, una voz irrumpió en el silencio: mi propia voz
que hablaba de un futuro en el que todo esto sería sólo un recuerdo, una
memoria sin dolor, el preámbulo de una vida plena, el pasado de un hombre feliz.
Ahora sé que a veces pensar la muerte es lo que nos mantiene
vivos.
Alberto Sánchez Argüello
Managua 7 Mayo 2014
Imagen: fotograma de "Jeremy" Pearl Jam 1991