jueves, 31 de diciembre de 2015

DEJARLOS IR, DEJARME IR



Pocos días antes de navidad visité a mi padre. Después del abrazo de rigor y recorrer algún tema intrascendente, me dijo que quería hablarme de su muerte. ¿Qué haces vos si yo me muero? ¿Qué harías con mi cadáver? me preguntó a quemarropa. A mí se me secaron las palabras y él con ese tono pragmático que lo caracteriza, enumeró todos los detalles a tener en consideración, incluyendo por supuesto la mejor forma de entrar a su cuarto en caso de morir soñando, o alguna circunstancia similar.

Yo trato de mantener la muerte a raya, aunque en mi adolescencia la invocase constantemente, como una especie de calmante ante una vida que me resultaba insoportable. He hecho lo posible por evitar velas y funerales. Cuando aparezco en alguno es con mucho esfuerzo y por poco tiempo. Perdí la ocasión que tuve para despedirme de mi madre: permanecí oculto en el baño de su cuarto, mientras ella dormía un sueño comatoso.

Temo perder a las personas que amo, que al final es temer a la soledad, ese estado que viví intensamente durante mi niñez y adolescencia. Ahora temo morir, los cuarenta años que me aguardan en enero, me recuerdan que mis hijos crecen y yo envejezco, sin saber cuando dejaré de estar para ellos.

Pensar en esto me hace dudar sobre los caminos que he elegido. Me pregunto si no debí haber tomado la ruta de una empresa propia o un empleo fijo en un banco, un laboratorio nacional, una universidad, una oenege y tantos otros lugares que en su momento me ofrecieron llegar a viejo en sus entrañas. Al final dejé vivir a ese niño que escribía cuentos a la salida de la escuela, dibujaba por las tardes en el comedor de su casa, inventaba juegos de mesa, se disfrazaba para sus padres, creaba guiones para veladas de títeres y creaba estatuas con plastilina y diversos objetos. “Algún día tendrás que especializarte” me decía mi amado jefe y maestro Carlos Comas, pero no le hice caso.

Mi padre tiene sesenta y ocho, mi hija menor cinco y yo cumpliré cuarenta. Nuestros relojes biológicos marcan tiempos distintos. Yo veo luz en él y en ella, así como veo luz en mi hijo mayor y en mi compañera y en mi mejor amigo y hermano de toda la vida. Pero debo dejarlos ir y dejarme ir a mí mismo. Esta es la tarea que me llevo para el dos mil diez y seis, al final la vida está hecha de momentos, y la muerte es uno de ellos.

Alberto Sánchez Argüello

Managua 31 diciembre 2015

Aprovecho para dejarles EL PATO Y LA MUERTE de WOLF ERLBRUCH