miércoles, 7 de mayo de 2014

EXILIARSE DE LA VIDA


King Jeremy the wicked 
Oh, ruled his world”

En secundaria la vida era un alquitrán que me  llegaba hasta la cintura. Cada día una lucha para dejar atrás una rutina absurda que se repetía hacia el futuro como un pasillo de espejos deformes. Mi cordura reposaba en imaginar las múltiples formas de suprimirme de la ecuación, sopesando el dolor y la dificultad, pero siempre hallando tranquilidad en aquel pensamiento que me hacía recuperar –en mi imaginación- el control sobre el infierno de vivir con mis padres y el odiado circuito de mis compañeros de escuela.

Muchas veces me imaginé llegando con un AK-47 al aula de clases. Menos mal que nunca tuve una a mano, ni siquiera sabía cómo usarla. Me consolaba con producir pequeñas secuencias de horror, sólo para mí, al final de días particularmente malos.

Tal vez mis pensamientos tenían origen genético, nada extraño tomando en cuenta tanta muerte familiar, desde el tío abuelo leones que se durmió en los rieles del tren hasta el desgarrador disparo de mi tío Benjamín que empapó toda mi vida con su sangre. Y mi madre, con sus inútiles intentos de no volver a despertar a base de paquetes de pastillas –mi padre tumbando la puerta del cuarto principal, mi madre pesada, cuerpo desencajado, como muñeca de trapo-

En ocasiones, de tanto imaginar un mundo sin mí, era como si ya no existiese: me exiliaba de la vida y todo seguía igual: la realidad era el mar y yo una huella impresa en arena. Me llenaba de un silencio de mil años, alojados a lo largo de mi cuerpo flaco, sin consuelos, sin fantasías, sólo la nada.

Hasta que todo volvía a empezar…

Con el tiempo, una voz irrumpió en el silencio: mi propia voz que hablaba de un futuro en el que todo esto sería sólo un recuerdo, una memoria sin dolor, el preámbulo de una vida plena, el pasado de un hombre feliz.

Ahora sé que a veces pensar la muerte es lo que nos mantiene vivos.

Alberto Sánchez Argüello
Managua 7 Mayo 2014

Imagen: fotograma de "Jeremy" Pearl Jam 1991

sábado, 3 de mayo de 2014

TERREMOTOS


Me cuenta mi padre que aquella fatídica noche de sábado de diciembre de  1972, se encontraba durmiendo en casa de su hermano Germán, al lado de la casa de sus padres en el barrio San Sebastián. Dice  que pasada la medianoche se despertó sobresaltado con una voz interior que le dijo que tenía que salir de inmediato de la casa. Salió corriendo en calzoncillos y descalzo, hasta que su carrera fue detenida por la cerca externa, que estaba cerrada.

Desde ahí miró la caída del colegio Calazans como si fuera una baraja de naipes. Pensó que estaba soñando porque todo ocurría lento, incluso la caída de los pisos de la escuela. Tardó en darse cuenta que la casa había caído hasta quedar el techo a la altura de su espalda, dejando unos cuantos centímetros de distancia entre él y la muerte.

Caminó al encuentro de sus padres y le señalaron las huellas de sangre que iba dejando en el piso: eran las heridas de sus pies desnudos cortados por los trozos de vidrio de la calle. Él no sintió nada.

A varios kilómetros de ahí mi madre recibió el terremoto en el hospital psiquiátrico –entonces llamado Hospital de Enfermos Mentales- en las afueras de Managua. Ella nunca me contó nada de aquella noche, sólo sé que unos familiares se la llevaron al día siguiente a Chichigalpa, lejos de las réplicas y los cadáveres de la ciudad.

Viviendo con ellos siempre fue notable sus reacciones tan distintas ante los temblores que Managua nunca deja de proveer: mi padre pasivo, siempre diciendo que la casa de madera que él diseñó en las brisas es a prueba de sismos, mientras ella gritaba y corría desesperada, buscando salir a la calle.

Ahora me pregunto que habría sido de mi madre en estos días de alertas rojas y lunas de sangre. En un universo paralelo -en el que ella sobrevivió al cáncer del páncreas- estoy seguro de que habría entrado en una de sus crisis nerviosas.

¿Qué sentiría mi madre? tal vez recordaba el cielo rojo sobre el hospital y los pacientes alucinados aullando de desesperación cuando la tierra empezó a mecerse y las mallas cortaron su carrera desenfrenada hacia la nada.

Al final cuando la tierra se activa, también se activa la memoria.


Alberto Sánchez Argüello
Managua Nicaragua 3 Mayo 2014


Imagen: Foto El Nuevo Diario