martes, 10 de julio de 2012

¿Qué hago yo ante el acoso?




“(…)La historia del acoso cambia de mujer en mujer, transita de la agresión verbal que ellos llaman enamorar a la agresión física que muchos ni reconocen como tal (…) algunas mujeres dicen que es radical querer encarcelar a los hombres por enamorarla a una en la calle”

Manifiesto corporal y libertario

Contaba con ocho años, en quinto grado de primaria, la primera vez que tuve una interacción cortés con una mujer. Se llamaba Viviana, y era la niña más odiosa del aula, con una voz ronca autoritaria mantenía a raya a todos y todas. Se sentaba delante de mí y de repente se le cayó un lápiz, yo sin mucho pensar lo recogí del piso y se lo pasé. Ella toda sonriente (primera vez) me dijo “que caballeroso” y yo, que nunca había escuchado aquel término, experimenté un cierto gusto inexplicable.

Se volvió un hábito desde entonces recoger pertenencias caídas, abrir puertas, mover sillas, ofrecer ayuda, en fin, todo el repertorio de lo que “se supone” un hombre caballeroso debe hacer por las mujeres. Todo eso lo llevé conmigo a la Universidad Centroamericana (UCA) a la que trasladé mis estudios desde la Universidad Católica, allá por 1996. Recuerdo que siendo el primer día de mi traslado a tercer año de Psicología se le cayó un lapicero a una joven mientras yo pasaba al lado. Yo automáticamente me agache y se lo pasé, otra que estaba sentada al lado de ella, Coralia Guerra, líder de UNEN que sería luego mi mejor amiga en aquellos años, me dijo “No papito, aquí te vamos a quitar eso” y en efecto, me lo “quitaron”

No recuerdo bien como llegaron a mí unos cuadernillos que había elaborado el Programa Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEG) de la UCA por aquel entonces, la cosa es que terminé leyendo toda una serie de reflexiones y análisis sobre el género, la masculinidad y el patriarcado y fuí entendiendo que había toda una historia no contada de la construcción cultural de los roles de género. Eso más el “descondicionamiento” de mis amigas de la universidad me fueron mostrando que la caballerosidad, entre otras conductas, no era más que los roles funcionando con conceptos de desigualdad ocultos tras sus aparentemente inocentes presentaciones.

Ahora, leyendo el “manifiesto corporal y libertario” (http://gabrielakame.blogspot.com/2012/07/manifiesto-corporal-y-libertario.html)  me volvió a la memoria este recorrido que hice yo con el concepto de “caballerosidad” y en pláticas con Miguel, mi amigo español, analizamos el término “enamorar” y nos dimos cuenta que desde ahí, al igual que cuando yo creía que ser caballeroso era una conducta adecuada, hay personas hombres y mujeres por igual, que consideran que dar y recibir halagos verbales o insinuaciones toscas y vulgares en la calle es normal y hasta deseable

De acuerdo a wikipedia el enamoramiento es “un estado emocional surcado por la alegría y la satisfacción de encontrar a otra persona que es capaz de comprender y compartir tantas cosas como trae consigo la vida” luego enamorar a alguien es desear compartir cosas con esa persona, mostrarle el afecto que se tiene por ella. ¿Es eso lo que buscan los hombres cuando le dicen cosas a mujeres (casi siempre desconocidas) en la calle?

El problema de los hábitos anticulturales patriarcales comienza con el uso de eufemismos y palabras que no corresponden a la realidad. Mucha gente ve normal que hayan hombres que “enamoren” a las mujeres en la calle, ¿verdad? ¿Pero qué tal si cambiáramos el término y le damos el nombre que realmente debería tener? algo así: mucha gente ve normal que hayan hombres que acosen a las mujeres en la calle.

Llamar a las cosas por su nombre permite desarmar el patrón y desnudarlo para poder analizar la conducta y los hábitos asociados. Nadie “enamora” en la calle, los hombres que se comportan así lo que hacen es acosar, importunar, agredir verbalmente, joder pues.

Y me pregunto ¿qué puedo hacer yo frente al acoso? Evidentemente no es suficiente dejar de ser “galante” y “caballeroso” o leerse los cuadernillos del PIEG, hay algo más ahí afuera, algo que se llama acción política y las mujeres no deberían ser las únicas en hacerlo. A veces pareciera como si el tema del acoso es un asunto entre las acosadas (virtualmente todas las mujeres) y los acosadores, pero ¿y yo? ¿Y el resto de hombres que nos repugna el acoso, que estamos buscando construir nuevas formas de masculinidad o de humanidad pues si queremos trascender de esas etiquetas?

Yo he probado desde agredir verbalmente a los acosadores, pasando por tirarles besos hasta miradas matadoras, pero nunca me he sentido conforme y lo que me dicen también es que si me pongo a agredir al acosador estoy desempoderando a la mujer y cayendo de nuevo en el arquetipo patriarcal del caballero… entonces ¿qué hago?

Pues para comenzar escribir esto, dejar abierta la reflexión, hablar con otros hombres sobre el tema, meter este tema en espacios públicos y privados, convertir el denunciar el acoso en un hábito colectivo y convertirlo en una conducta desaprobada socialmente.

Hagamos del acoso una plática de hombres con hombres y de hombres con mujeres, ya es hora de que llamemos y hablemos del acoso por su nombre.

Alberto Sánchez Arguello
Managua 10 Junio 2012

miércoles, 4 de julio de 2012

Encuentro con la reina de corazones rojos



Normalmente he vivido mi vida pensando que la gente es buena mientras no se demuestre lo contrario y por ende tiendo a tener expectativas positivas de los demás. Esto claro me ha traído calificativos de tonto y confiado, pero es lo que opto por ser: un optimista social.

Lógicamente mi experiencia de vida en cuanto a traiciones, agresiones y ataques personales es escasa. He tenido mis momentos amargos con ciertas personas, pero sigo creyendo que son la excepción que confirma la regla; esto lo he vinculado siempre con la idea de que se recibe lo que se da, que lo que hago a otros y otras tarde o temprano se me devuelve; y arriesgándome a sonar a Cohelo, puedo decir que creo que la bondad y la solidaridad humana existen y están presentes en todos lados, a veces dormidas a la espera de un testimonio que las despierte.

Sin embargo, a veces hay eventos que me apagan, como si la llamita que me ilumina se esfumara sin aviso y pues, algo así  me pasó el viernes pasado. Ese día, fui como de costumbre con Luna y Kame al parque por la Alianza Francesa en Managua. Me aparqué por el costado donde está la casa del café y procedimos a jugar con ella mientras recibíamos la dosis de sauna correspondiente, cortesía del clima de la ciudad.

Al terminar, el Land Rover 1972 de mi abuelo estaba entre dos vehículos. Miré hacia atrás y no había nada, así que confiado en que aquella era una vía de un solo sentido, me abrí ampliamente hacia la derecha para luego bajar en dirección al edificio Pellas.

No más había sacado el morro del Jeep y comenzaba a enfilarme vi un vehículo pequeño que se venía rápido frente a mí. Frené en seco en media calle y el conductor  contrario hizo lo mismo. Acto seguido empezó a maniobrar hacia  mí derecha buscando como salir de ahí. Yo, estupefacto con todo eso, desplacé la ventanilla del copiloto para decirle que iba contra la vía, que se iba a matar. Del otro vehículo bajó también la ventanilla del copiloto y una señora blanca, de unos 55 o 60 años, empezó a insultarme diciéndome que “quitara esa mierda vieja” Yo, molesto y sorprendido le volví a decir que iba contra la vía y ella evidentemente ofuscada, buscó algo a un lado de su asiento y luego me mostró un hacha pequeña gritando  “con esto te cortaría la cabeza” (¿pero qué gente es esta que anda un hacha en su carro?) Yo me quedé mudo y lentamente enrrumbé el Jeep mientras ella, que ya había logrado avanzar hacia atrás, se iba contra la vía.

A mí nunca me había amenazado nadie, ni de manera real ni simbólica. Bueno, miento, un par de días atrás, avanzando hacia la rotonda gueguense una camioneta doble cabina que venía acelerando a millón, me pasó diciéndome que me quitara de en medio, yo le mandé a la mierda, el me hizo la guatusa y yo se la hice doble y con la lengua de fuera, en el más puro espíritu preescolar. En ese momento, ya puestos lado a lado frente a la rotonda, el conductor se bajó de su carro, un hombre blanco, grande, voluminoso, entre 35 y 40 años, se pegó a la puerta del copiloto y le pegó con la mano abierta a la ventanilla invitándome a bajar. Yo, pensando que ya iba tarde para casa y con una sensación surreal de todo aquello, no lo hice, le dije que estaba parando el tráfico; Él me hizo la señal internacional de “tenés culillo” y volvió a montarse a su vehículo para irse.

El evento con esta especie de “guerrero del camino” sólo me dejó un mal sabor como el que deja un chiste de mal gusto de los que dan pena ajena; pero el encuentro con la reina de corazones rojos me puso mal. La típica pregunta de “¿qué estoy haciendo para que me ocurran estas cosas?” afloró en el fondo de mi mente, a la vez que me cuestioné sobre ¿qué tan seguros estamos realmente? ¿Hasta donde se está convirtiendo Managua en una de esas orbes donde campea la locura? o ¿todo se puede atribuir a este cambio climático que nos está reventando el termómetro en medio de un parque vehicular que se desborda año con  año?…

Esto del hacha me generó al mismo tiempo tristeza y una sensación de indefensión. Mientras experimentaba esa mezcla de sentimientos amargos, me acordé que no había escrito aún ningún post sobre seguridad ciudadana para el festival de blogs de Nicaragua y que esto era, para mí, una dimensión del tema que no había pensado: ¿Hasta dónde estamos realmente seguros? ¿Qué tanto los demás son una amenaza a nuestra seguridad? ¿Qué debemos hacer para protegernos en la ciudad? ¿Hasta dónde debemos preocuparnos sin perder la tranquilidad en nuestras vidas?

En fin, no tengo respuestas, pero si me queda claro que debo ser más cuidadoso, que mi percepción de riesgo está por los aguacates, que hay que evitar provocar a la gente y que más vale esperar carros contrarios a la vía, uno nunca sabe cuándo se puede encontrar una reina de corazones dispuesta a cortarle la cabeza a uno.

Alberto Sánchez Arguello
Managua, Nicaragua 4 Julio 2012

Imagen dibujo de Tenniel Alicia en el País de las Maravillas