lunes, 11 de junio de 2012

Presentación del desnudo




“Debo crear mi propio sistema o estar esclavizado por el de otro hombre” 

William Blake (1757-1828) 

El Viernes 8 de Junio finalmente se concretó esa idea loca de la librería Literato, propuesta por Julie Vallejo, de realizar una presentación del libro digital de antifábulas y ficciones, una compilación de 93 microficciones en 140 caracteres publicadas originalmente en twitter.

A la locura se había sumado también Israel Lewites, Ingeniero y video disk jockey,  que propuso crear para la ocasión 10 videos cortos basados en una selección de las microficciones. El resultado fueron cuatro minutos de imagen y sonido que impactaron mi cerebro y me removieron los intestinos.

Ya de por sí es bastante extraño que en Nicaragua se haga una presentación de un libro que no existe impreso, sino que deambula por ahí en la nube bajo licencia creative commons, pero encima de eso poder contemplar una encarnación audiovisual de una parte de las historias fue para mí toda una revelación.

Israel me devolvió mis obras desde su voz y su mirada y pude ver y sentir esos pequeños textos de una forma nueva. Normalmente al escribirlas se forman en la mente y se disparan hacia el teclado del teléfono sin mayor emotividad en el proceso. Al leerlas después lo hago más con un criterio estético y ortográfico y no pasa a más. Pero puestas en escena con un arreglo sencillo y bien logrado, fue como si entraran en forma de agujas y tocaran los puntos sensoriales que no me había permitido sentir al escribirlas.

Eso sumado a los comentarios expresados después por Sofía Montenegro y William Grisgby Vergara, terminó por generarme una sensación de estar desnudo. Ahí entendí que una cosa es escribir en twitter, sin rostro ni miradas externas, y otra ser mostrado a un público como “el autor”

De repente las convenciones sociales del “que dirán”, la preocupación por lo pertinente o la calidad de la obra me acecharon por primera vez, pero sobre todo, los fuertes sentimientos que había ocultado (incluso de mí mismo) en esas cápsulas de 140 caracteres, hicieron presencia también.

El evento para mí significó ser testigo de mis propios textos y a la vez experimentarlos emotivamente por primera vez. Me hice conciente de cómo han sido creados como trozos de ideas, perspectivas y sentimientos que lanzados a la red dialogan con otros y otras espontáneamente.

Pude percatarme de que como las microficciones que propongo son los pequeños ladrillos con los que construyo mi propio sistema, mi propia realidad, de manera caótica, encapsulando las traducciones de aquello que digiero a diario.

Al final del evento, el libro me lo presentaron a mí también.

Alberto Sánchez Arguello 

Foto: Jorge Roossess

jueves, 7 de junio de 2012

El cuento de mis cuentos



Para comenzar a escribir este post me levanté a las cinco de la mañana, buscando ese momento silencioso que los pájaros rompen con buen tino. Luego entre procrastinar con las redes y no saber por donde empezar dejé que el sol entrara cada vez con más libertad por la ventana. Finalmente me levanté de la silla, abrí una gaveta de mi “archivo” y saqué tres cuadernos “hechos en Nicaragua por industrias Mercurio”  En ellos, a mano y en grafito, están mis primeros cuentos, escritos entre 1990 y 1991, tenía yo 14 y 15 años.

Recuerdo que en la clase de español nos pidieron por aquel entonces aplicar los tiempos verbales y tipos de frases elaborando ejemplos escritos. Yo aproveché aquello para redactar microficciones, obviamente yo no sabía lo que estaba haciendo, era más un juego de imaginación y una excusa para divertirme, así empezó todo.

En esa época me pegaba mucho la ciencia ficción, aunque he de confesar que había leído muy poca, lo mas “fábulas de robots” de Stanilaw Lem, una hermosa versión ilustrada  que presté en la biblioteca infantil del parque Luis Alfonso de Managua, biblioteca que lamentablemente ya no existe. La poca lectura era compensada con películas como odisea del espacio 2001 y Blade Runner, además de los nombres y portadas de incontables libros de mi padre dispersos por todos los estantes de la casa; libros de Paul Anderson, Arthur C. Clark, Ray Bradbury e Isaac Asimov. De todos estos fue a Asimov al que si di seguimiento más adelante y me leí de un tirón su serie de fundación e imperio, una pasada.

El punto es que ahí están esos cuentos de robots, héroes galácticos y exploraciones espaciales, temas que no volví a tocar, porque además nunca me consideré escritor. Fue hasta el año 2002 que volví a escribir, 11 años después. Para entonces mis múltiples viajes al macizo de peñas blancas, zona núcleo de Bosawás, me habían tallado nuevos temas e intereses. En aquel momento me encontraba leyendo “El Aleph” y “el libro de arena” de Borges, recomendados por Germán Pomares, que siempre me estaba animando a escribir. El cruce de lecturas y vivencias desembocó en “Las cinco y media” un cuento borgiano que narraba la historia de un personaje real de la comunidad de peñas blancas con trazos de ficción. Al año siguiente la Fundación Libros para niños convocó al primer concurso de literatura infantil y juvenil y yo decidí concursar en la juvenil. Como siempre dejé todo para después y terminé escribiendo “La casa del agua” en un mes a toda pastilla. Una vez más, recurriendo a mis experiencias personales en la gran montaña norteña.

Hasta ahí me llegó la pólvora, lo volví a dejar. Con cierto entusiasmo comencé a escribir “Chico largo y charco verde” pero al enterarme de que como ganador estaba vetado de concursar de nuevo con la Fundación, me desilusioné y cometí el sacrilegio de dejarlo inconcluso, no escribí más.

Tres años después lo retomé. Aún con tonos borgianos disparé unas cuantas historias y eventualmente retomé “Chico largo”. Que cosa más difícil volver sobre un escrito olvidado, pero terminarlo fue una de las más experiencias más agradables que he tenido en este asunto de escribir. Me acuerdo que esperando a @SimoneMontiel en el lobby del sitio donde ella llegaba a hacer “Belly Dance” me ponía con una gran laptop Dell a retomar capítulo a capítulo, y sin saber muy bien donde iba  a parar.

Ya desde entonces no paré. El 2010 fue un año particularmente productivo y claro en el 2010 nació la Luna de mi vida. Lo que significó también un cambio de contexto. En el 2011 mi madre murió y mi manera de vivir el duelo fue escribir cuentos y poemas, llené el blog. En Agosto de ese mismo año ya había agotado esa veta y no me hallaba escribiendo cuentos cortos. Mi trabajo que me daba muchos tiempos congelados en los trayectos hacia Matagalpa, Estelí, Bilwi, Corn Island, Granada y León, más un smartphone conectado todo el tiempo, me dio la perfecta excusa para empezar a jugar con los estados de facebook creando la serie de los “hiperbreves”; a partir de ahí Emila Persola alias Martín Mulligan me retó a pasar de 300 caracteres a 140 en twitter. En Octubre asumí el reto, abrí la cuenta @7tojil y me adentré neófito en el mundo de los tuits.

Escribir “online” es otra cosa. Además hacerlo desde 300 caracteres en primera instancia me ayudó a concretar, simplificar. Pero también convirtió el escribir en una experiencia más interactiva, ya que los lectores comentan y a veces hasta desarrollan las ideas. Ya desde twitter la concreción se volvió máxima, al punto que al inicio pensé que era imposible crear narrativas profundas. Luego está el tema de los tiempos: los estados de facebook y los tuits están en un “time line” una línea del tiempo que se actualiza minuto a minuto y todo lo escrito se pierde, es fugaz. Pero al compilar mis textos y publicarlos en el blog semanalmente se les da un carácter permanente y vuelven desde el olvido de la línea temporal.

Y claro, escribir “online” directamente en la redes genera mayor divulgación, o al menos esta ha sido mi experiencia. Escribir hasta antes del 2011 para mí fue más una experiencia solitaria, conocida por unos pocos amigos y uno que otro inscrito al Blog. Ahora se ha convertido en una especie de “reallity” como decía Carlos Lucas Arauz. Escribo en “tiempo real” en Twitter, de ahí se enlaza a Facebook donde la gente da “likes” y comenta; yo rescato los textos en Word, edito y publico en pequeñas antologías en el Blog que se ha convertido en una bitácora de estos experimentos narrativos.

Este es el cuento de mis cuentos, y pues, ahí les seguiré contando.

Alberto Sánchez Arguello
@7tojil
7 Junio 2012


Imagen: Ajubel

viernes, 1 de junio de 2012

Yo de niño



Aquí voy de nuevo, todo mundo tuiteando con el hashtag de #YoDeNiño y yo que empiezo a recordar y por supuesto, procrastinar con otro texto para mi Panóptico.

Yo fui niño en los ochenta. Para mí los recuerdos comienzan en 1979 con la casa de mis padres, con ellos y mis tíos tumbados en camas o sofás mientras me dicen que afuera está la guerra y yo ilusionado con ver tanques en la callecita de mi barrio, pero desilusionado al ver solo uno que otro “push and pull” a lo lejos en el cielo. Eso sí, me daba gusto un año después, tocando y jugando con un pedazo de misil metálico (la cola) y un casco de la Guardia Nacional que no sabía muy bien como había llegado a casa pero me daba igual.

De esa época recuerdo mucho tiempo libre, sobre todo en las tardes. Cosa curiosa es que recuerdo muy poco del preescolar y primaria y más de horas y horas dibujando en papeles blancos que mi papá me traía de su oficina en el Instituto de Turismo donde era Jefe de Proyectos, a la vez que me pedía que dibujara en los dos lados de las hojas para ahorrar, y yo, que consideraba aquello un absurdo, no le hacía ningún caso.

Después de dibujar me quedaba viendo un reloj cilíndrico de plástico de mí mamá que me decía la hora en que comenzaba la televisión, que me parece era a las 3pm o 4pm. Me sentaba ante las rayas de colores y esperaba a que el canal Dos arrancara.  Y claro, me lanzaba cantidades navegables de muñequitos: Barbapapá, los pitufos, el pájaro loco, cósmico, Félix el gato, la princesa de los mil años, Barner y Flapy, la vida es así, Ruy el pequeño Cid, Remy, Abejita miel; más tardíamente Dartanias y el osito Misha. Y bueno en Imelsa, la librería estatal de aquel entonces, me compraba la revista rusa Misha, Zunzún y una revista de comics cubanos que era una pasada. Mi padre también me prestaba una revistilla de comics suramericana “Dartagnán”, que él conseguía en un lugar de revistas y libros usados que quedaba en Jardines de Veracruz.

Bueno, el hábito de ver muñequitos nunca lo perdí, más adelante me lancé Dragon Ball, Duckula, la vida moderna de Rocko y Bob Esponja… y ahora me lanzo con mi Luna Los Backyardigans, Jelly Jam, George el curioso y hasta Hi5..

Yo de niño me aterrorizaba en las noches pensando que debajo de mi cama había un monstruo verde con uñas como garras, que en el cuarto que usaban las señoras que trabajan en casa vivía (cuando estaba desocupado) un ser largo como de cera y con ojos plateados (parecido al que describe Edelberto Torrés que atemorizaba a Darío) y en las acacias del patio trasero imaginaba un monstruo entre mono y hombre lobo. Por eso de noche me ponía la sabana hasta encima de la cabeza y a veces hasta la almohada para que ningún monstruo me viera.

Yo de niño aprendí muy temprano a jugar solo, al comienzo haciendo torres con tacos de madera que mi papá traía de las obras que supervisaba y que cuando se me caían me entrababa un coraje tan grande que me dolía la cabeza. Luego inventé juegos como de estar en una especie de show en vivo, que ahora que lo pienso eran precursor de los “reallitys” actuales porque tenía audiencia imaginaria y todo y el show era mi vida. En fin…

Yo de niño iba con mis padres en semana santa al mar, al tránsito en la costa pacífico y me bañaba hasta que se me arrugaban los dedos… jugaba solo como si estuviera disparando a alguien y me metía arena en la boca para sacarle como sangre al ser impactado por el “otro”


De niño le contaba todo a mi mamá, pero me sofocaba que siempre quería abrazarme y besarme y me zafaba en cuanto podía. Por otro lado buscaba mucho a mi papá para contarle mis logros pero él era de la creencia de que responder muy efusivamente me haría vanidoso, así que quedaba frustrado con lo que yo consideraba eran respuestas frías.

Yo de niño comía mucho dulce. En "la gritería" salíamos al barrio y a monseñor lezcano y mi papá cantaba a viva voz sin vergüenza mientras mi madre y yo nos quedamos atrás de él con penita. Al final me daban todos los dulces a mí y amanecía con dolor de estómago… sigo siendo un exagerado al dulce.

Yo de niño descubrí en la biblioteca de mi colegio a Tintín, Asterix, Lucky Luke, Spirou y muchos otros cómics y durante años me los leí en los recreos o prestados en casa con mi papá intentando traducírmelos (estaban en francés)

Seguiría mucho más, pero hasta acá llega el tiempo que me he dado esta vez para recordar así, desde la luz, desde el placer y la alegría, muchas otros recuerdos en movimiento, tantas vidas soñadas… al final aún sigo siendo yo, siempre.

Alberto Sánchez Arguello
1 Junio 2012